Semana 18

Esta semana le comenté a la psicóloga que sentía la necesidad de arreglar las cosas con alguien importante en mi vida, con la que sentía una desconexión; esta vez, me dijo que no se podía solucionar con una carta de esas que no se entregan, si no que era recomendable que hablara directamente con la persona.

La psicóloga se reía ante mi pregunta insistente, “¿no habrá otra manera más fácil?”, y me decía, “es como querer cargar gasolina sin abrir el tanque”, pero honestamente creo que si abro el tanque, ¡se va a regar!. Ese miedo a buscar dentro de mí y encontrarme con cosas que no quiero ver, tocar temas que durante años he evitado, revivir sentimientos o abrir heridas viejas, es algo que me genera aún más miedo, tanto que no sé si es mejor seguir pretendiendo que no pasa nada.

Este es sólo un ejemplo de cosas sin resolver en mi vida, porque durante años, he acumulado más de una piedra en el zapato y en lugar de reconocer que me causan un dolor constante y poner todo de mí para deshacerme de ellas, he preferido aprender a cojear.

Caí en cuenta cuantas veces quiero que las cosas se solucionen solas, dejando que el tiempo pase, pero sin afrontarlas, me da tanto temor reconocer mi propio dolor, que prefiero hacer como que no existe. Y es que aceptar que algo no está bien, significa que tendría que cambiarlo y cambiar… es muy difícil.

Lo mismo me pasa con el sobrepeso, es algo que me lastima, me pesa, me genera conflicto, pero por alguna razón no termino de solucionarlo. Sigo esperando que suceda un milagro, un día amanecer sin panza o que durante mis sueños pierda unos kilos, pero todavía sigo sin querer hacerme cargo de esa gran piedra y mientras no lo haga, sé que no podré fluir.