Semana 44

Chica gordita en Instagram: “que guapa, que valiente, te ves hermosa, quiero ser como tú, #bodypositive”; chica gordita en la calle: “que fea, que mal se ve, ¡que adelgace!, ¿por qué se viste así?”; chica con cabello pintado de colores en Instagram: “padrísimo, quisiera pintarme el cabello así”; chica con cabello de colores en la calle: “ridícula, exagerada, loca”; persona con algún tipo de discapacidad en Facebook: “inspiración, admirable”, en la calle: “¿ya viste?, pobrecito, está enfermito”, con mirada morbosa; chica con minifalda en Facebook: “me encanta, se ve genial”, en persona “que falda tan corta, ¡piruja!”. 

Esta semana me di cuenta de algo que hago con mucha facilidad, juzgar. Esa práctica que tanto nos molesta cuando nos la aplican, pero nos sale tan natural cuando no se trata de nosotros.

Y es que pareciera que en redes sociales podemos ser muy empáticos, positivos, de mente abierta y demás, pero a la hora de la hora, en la vida real, aún nos cuesta trabajo.

Es como si se nos olvidara que quien está parado frente a nosotros, no es una publicación que está ahí para darle me gusta, me divierte, me asombra o me enoja; sino que es una persona que, la mayoría de la veces, se da cuenta de nuestras reacciones, siente nuestra mirada juzgona y hasta escucha nuestros comentarios llenos de prejuicios; en algunos casos, comentarios que dejan heridas difíciles de sanar.

Y es en este proceso, donde quiero dejar de ser juzgada por mi apariencia, que me doy cuenta que primero debo ser yo quien deje de hacerlo con los demás, porque como dicen por ahí, “juzgar a una persona no define quien es ella, define quien eres tú”.